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¿Cómo esperan que sea demócrata?

¿Cómo esperan que sea demócrata?

Señor Director:

Nos acabamos de enterar que el Senado, sin mayor delación, aprobó la reforma que no solo permitiría que las próximas elecciones de autoridades se ejecute en dos días, sino que, incomprensiblemente, se dejó sin sanción a aquellos que, sordos a la responsabilidad cívica, no vayan a votar en ambas jornadas. A pesar de que por ley las votaciones siguen siendo obligatorias, la inexistencia de sanción convierte virtualmente nuestra democracia en una broma de mal gusto, pues quienes se ven beneficiados por la inexistencia de sanciones son los propios partidos políticos, cuyos acólitos irán fielmente a votar, no así la ciudadanía de a pie, los Sanchos Panzas de la vida, más preocupados del éxito propio que en los destinos del país, tal y como ocurre cuando el voto es voluntario.

Cuando las cosas resultan de este modo, se me hace inevitable pensar en Jaime Guzmán y los argumentos que en algún momento ensayara para justificar que la democracia fuese “protegida”. Entendía el profesor de Derecho Constitucional que, si la democracia se dejaba sin resguardo de sí misma, las mayorías, siempre cambiantes e inconsistentes, podían poner en riesgo las bases mismas de la sociedad. Con ese compromiso de responsabilidad cívica es que uno se aprestaba, motivado, a participar, con la garantía explícita de que ningún partido ni ninguna facción política, por poderosa que fuera, pudiese escapar del escrutinio público o fuese capaz de transformar la realidad política, económica, social y cultural del país. Los mecanismos de control aseguraban que los partidos participarán impelidos a ser sensatos, sin dar rienda suelta a sus desvaríos más caros. La lógica de camarilla a favor de la erección de una casta era imposible, y los extravíos populistas, inviables.

Hoy, lamentablemente, tras mucho andar, la democracia se ha hecho más “plena” y, por lo mismo, más susceptible de ser secuestrada por agrupaciones políticas que solo buscan el beneficio propio, sin capacidad de control ciudadano sobre ello, alejándose cada vez más de los reales problemas que nos aquejan. Estamos controlados por una casta que saca provecho de cada oportunidad que tiene para esquilmar al pueblo, mintiéndole en su propia cara, alegando servirla. Imposible no ver que Guzmán tenía razón al temer que los mecanismos constitucionales que protegían a la democracia de sí misma se perdieran: estamos viviendo en carne propia la indecencia de unos políticos sin moral, ávidos de poder total. No otra razón existe para explicar por qué no sancionar al que no vota: en las últimas ocasiones que el pueblo se vio obligado a manifestarse, votó en contra de los políticos, rechazando siempre sus proyectos constitucionales más chiflados y pretensiosos. Sin sanción, la parte del pueblo más sensata, aquella que no ve gigantes, sino molinos, puede quedarse en ese lugar de la Mancha del cual Cervantes no quiere acordarse, pero peligrando, en razón de ello, su propia existencia pues, sin obstáculos, los Quijotes, tal como son nuestros políticos, ideologizados y capturados por su crapulencia a más no poder, pueden liberar presos a sus anchas, inventar entuertos ficticios, hacerse las víctimas, pavoneándose por televisión, tomar decisiones siempre rayanas en la locura, y siempre, como hemos podido atestiguar, con las peores consecuencias para aquellos que están bajo su cargo.

Ya a estas alturas, no es extraño que muchos estemos cansados de esta supuesta “democracia plena” y miremos con melancolía los años de ese régimen que, aunque lleno de sombras, nos otorgó los mejores años de nuestra existencia nacional. ¡Qué no se diga que no lo hemos advertido! Se está dando pie a una crisis todavía más profunda que aquella que sufrimos actualmente si no se vuelve al carril correcto, so pena de que un César cruce el Rubicón.

Alea iacta est

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