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La necesidad de un intelectual transversal

Parece que existen opciones reales de hacerse con el poder

La necesidad de un intelectual transversal

La necesidad de un intelectual transversal

Nos encontramos en un momento crucial. Allende los Andes, algunos dicen que el león ruge[1]. Mientras, otros toman lecciones de un gobierno trasandino que aún no recaba sus primeros éxitos, pero sí suena y huele prometedor[2].

Más hacia el norte, en Centroamérica, un presidente aparentemente “de derecha” está a punto de “repetirse el plato”, sin oposición[3], y, todavía más al norte, el candidato más prometedor para la democracia más importante de Occidente se debate entre la libertad y la prisión, aunque, del libelo, levanta cabeza más fortalecido que nunca[4].

Parece que existen opciones reales de hacerse con el poder.

Sin embargo, en Chile parece que no acusamos recibo. Políticamente hablando, la candidata con mayores opciones es una socialdemócrata con aspiraciones merkelianas[5], mientras quien representó las posturas de derecha frente a la degradación cultural de izquierda se ha diluido en la ignominia y la desvergüenza[6]. Todavía más, en el plano cultural, las voces que llaman a la reflexión sobre la situación política en el país son acalladas o, derechamente, mal interpretadas, con sorna, desparpajo y, por qué no decirlo, socarronería[7].


[1] https://ellibero.cl/columnas-de-opinion/milei-el-leon-ruge-y-molesta/

[2] https://www.pauta.cl/actualidad/2023/11/21/axel-kaiser-y-triunfo-de-milei-estoy-seguro-de-que-aqui-se-puede-ganar-con-una-formula-parecida-al-estilo-chileno.html

[3] https://www.infobae.com/america/america-latina/2024/05/02/bukele-consolido-su-poder-absoluto-en-el-salvador-con-un-congreso-a-su-medida-que-le-permite-aprobar-reformas-sin-oposicion/

[4] https://www.bloomberg.com/news/articles/2024-05-31/trump-raises-34-8-million-as-guilty-verdict-rallies-donors

[5] En el salón de ICARES, Evelyn señala tener los mismos objetivos de la izquierda, solo que no comparte los métodos. Véase https://www.youtube.com/watch?v=olv27xRisnE&ab_channel=DanteRolandoSilvaGuti%C3%A9rrez

[6] En muchos círculos intelectuales y, especialmente, en redes sociales, ya no se confía en José Antonio Kast. Con todo, sigue marcando en las encuestas tras tomar posiciones más agresivas que, al parecer, han hecho olvidar su apoyo a una nueva Constitución. https://www.t13.cl/noticia/politica/ex-ante/encuesta-criteria-matthei-baja-5-puntos-kast-sube-1-bachelet-se-mantiene-5-6-2024

[7] Recientemente tuvimos un debate entre “Un chileno anónimo” y Andrés Barrientos, junto a Juan Cristóbal Demian. En muchos momentos de la discusión, se sacaron de contexto nuestras palabras o, derechamente, mal interpretados con alevosía. Véase el capítulo en https://www.youtube.com/live/HgwrgHOm7Ig?si=NudE96rM7NOZamDh

Se prefieren las “luces” del exterior, aunque estas no entiendan del todo lo que ocurre aquí. Es parte de lo que denunció Jenaro Prieto en “El socio” (1928), aunque ya sabemos que nadie lee en este país. Por cierto, la situación demanda una toma de conciencia genuina e intelectual sobre lo que es necesario para salir del atolladero. Porque, políticamente, las posibilidades existen.

En la práctica, diría Kant (Cfr. Meditación de la metafísica de las costumbres, 1785), existen opciones reales de llegar al poder. Con todo, ¿tenemos los intelectuales con ideas preclaras con las cuales arrostrar esa tarea? ¿Aquellas ideas abarcan la totalidad o la mayoría de las tradiciones que encuentran abrigo en nuestro seno?[1]

En lo que sigue, quisiera hacer notar cierta característica, dentro de muchas más que pueden ser parte de su dimensión connotativa, del perfil del intelectual, que juzgo indispensable para quien debiera estar detrás de las ideas del sector: la transversalidad. Este ánimo fue importante en ciertas figuras del sector, como Andrés Bello, o Jaime Guzmán, para darle contenido cabal a una propuesta seria para la derecha. A través del contexto histórico-intelectual que los acompañó, intentaré dar luces sobre la cuestión que nos atañe.

 Al llegar el venezolano en 1829, las cosas no iban del todo bien. En Chile, tras el proceso independentista, llevada a cabo por unos criollos borrachos de idealismo ilustrado, se anhelaba el retorno del orden. Los negocios no florecían, el erario estaba comprometido en una deuda impaga solicitada por el mismo “Padre de la Patria”, Bernardo O´Higgins, e intelectualmente no había caminos que no fueran los revolucionarios. El mismo Simón Bolívar, al enterarse que Bello se encaminaba a Chile, buscó evitar su llegada a las “tierras de la anarquía”.

Con todo, el intelectual caraqueño arribó y pronto se amoldó a los trabajos que los “desilusionados” de la Independencia comenzarían a fraguar para restablecer el orden. Al igual que hoy, entonces, el país estaba sumido en una crisis política e intelectual, la cual fue afrontada por Bello como una oportunidad sin igual para darle rienda suelta a su genialidad.


[1] En este problema asumo, inmediatamente, posiciones contrarias a Hugo Herrera, quien afirmaría existen cuatro tradiciones importantes en la derecha: el liberalismo, el conservadurismo, el nacionalismo y el social cristianismo. Este último, a mi juicio, es simplemente una tradición crítica de la izquierda nacida dentro del conservadurismo. Sobre el planteamiento de Herrera, léase La derecha en la crisis del Bicentenario (2015).

Partió dejando su impronta como funcionario del Ministerio de Hacienda, así como académico del Instituto Nacional, y fundador del Colegio de Santiago, institución de la cual fue director. Luego, dejó su huella en la Universidad de Chile, de la cual fue su primer rector, y en el Congreso Nacional, como senador de la República.

Desde 1840 empezó a influir, también, por medio de El Araucano, así como por vía de sendos trabajos sobre derecho internacional, gramática, poesía y gnoseología. Sin embargo, Bello es mayormente recordado por su Código Civil de 1855, el cual acomete la tarea, no menor, de codificar el derecho civil del país.

Lamentablemente, para el historiador chileno, Jaime Eyzaguirre, esta sola obra desnudaría la impronta ilustrada, inteligentemente ocultada, de su autor. No hay aspiración más moderna que el de pretender “codificar” en un solo instrumento el derecho[1]. Sumado a ello, la crítica liberal tampoco se haría esperar.

Aunque el genio de Bello le permitía posicionarse por sobre las maledicencias, era claro que cierto sector del liberalismo más radical veía en el instrumento jurídico solo la consagración del orden Monttvarista. No por nada ocurren, a pesar de su promulgación, los desórdenes de 1859. Con todo, el jurista venezolano resistiría los embates “de lado y lado”, consagrándose como una de grandes figuras de la estabilidad política conseguida durante el siglo XIX en Chile, repercutiendo ampliamente en el resto de América y el mundo[2].

Es decir, si se mira con atención, debemos concluir que Andrés Bello fue una figura, a pesar de su porte intelectual, bastante polémica. Sus obras, más allá del reconocimiento póstumo, fueron criticadas, pues se pretendían por sobre las disyuntivas políticas del momento.

El orden conservador instalado en 1830, hasta 1860, al cual Bello solo sobrevive cinco años, y al cual fue asociado por su trabajo intelectual, académico y burocrático, fue siempre interpretado como uno que miraba con buenos ojos la restitución del ancien régime. No por nada, José Victorino Lastarria ilustra al caraqueño en sus Recuerdos literarios (1878) como un lastre del cual era necesario deshacerse para pensar con libertad. Sin embargo, el mundo conservador tampoco lo mira con total admiración. Durante el siglo XX su obra será menospreciada, especialmente desde el punto de vista económico. Se le sindicará como quien estableció el armazón jurídico, por vía de su código, para el libre mercado y como quien solo “edulcoró” la trágica revolución modernista. Y es que la transversalidad tiene sus costos.

La capacidad de superponerse a los debates menores, en pos de alturas inasibles, debido a los beneficios que ello reporta para conseguir logros mayores, siempre levanta sospechas. Se piensa no se está tomando bando, o no se es lo suficientemente valiente para asumir posturas. Se repite que el infierno de Dante está repleto de neutrales, cuyas penas se sufren con dolor y desesperación en un círculo especial.

No obstante, aquello, Andrés Bello no era neutral, ni tampoco era timorato, sino que sabía el país requería un poco más que sujetos envalentonados sin miedo al futuro inmediato: se necesitaba de un intelectual que pudiera pispar diferentes áreas y tradiciones, que pudiera amalgamar, de alguna manera, las visiones culturales, sociales y políticas del momento. Por eso, liberales y conservadores le consultan, van ante su presencia como los troyanos iban a los templos de Apolo: necesitan de algo más.

Similar situación le ocurrirá a Jaime Guzmán. Desde pequeño, la política se vivía en el seno familiar del pensador chileno. Descendiente de dos de las familias más importantes del país (Errázuriz y Edwards), conoció de los vericuetos políticos por su abuelo materno, senador conservador, Maximiano Errázuriz.

Sus primeras armas las creó en su viaje a la España franquista, periplo realizado tras egresar del Colegio de los Sagrados Corazones de la Alameda, donde aprendió del mismísimo Osvaldo Lira, filósofo, teólogo y sacerdote chileno. Entonces, encaminó sus pasos hacia la carrera de abogacía en la Pontificia Universidad Católica de Chile, donde fundaría el movimiento gremialista en 1967, oponiéndose a la toma de la universidad propiciada por grupos de izquierda ese mismo año, siendo entonces presidente de la FEUC[3].

Desde la revista Realidad, así como en Fiducia, comenzaría entonces su apostolado político, promoviendo las ideas de la autonomía de los cuerpos intermedios, como principales representantes de las fuerzas sociales, los cuales debían reemplazar la acción estatal, siempre tendiente al totalitarismo, aunque se le permitiera actuar de manera subsidiaria.

Colaboró, bajo esas mismas premisas teóricas, como colaborador activo del régimen militar después del pronunciamiento de 1973, incluso, siendo protagonista de la elaboración de la Constitución de 1980. Como partícipe de la Comisión Ortúzar, propuso muchos de los lineamientos básicos del orden constitucional planteado en la carta magna, haciendo sentir su impronta intelectual, aunque no siendo el único, como algunos han querido pensar, llamando a aquella constitución, “…la de Guzmán”[4].

Siguió defendiendo sus ideas y al régimen que le dio espacio para florecer, incluso en el retornada ya la democracia, siendo senador, hasta que fue asesinado vilmente por sus detractores, quienes veían en él al artífice del orden pinochetista neoliberal.

He aquí que nos podemos detener en la figura guzmaniana y la animadversión que genera.

Por un lado, se le considera “el mago detrás del truco”, el principal responsable del armazón jurídico que, en palabras del sociólogo Manuel Antonio Garretón, ha obstaculizado una transición real hacia la democracia desde el arribo de Patricio Aylwin al poder en 1990.

Entonces, se le mira con sospecha, alegando incluso haber incorporado lógicas fascistas al régimen bajo la inspiración de Carl Schmitt (Cfr. El pensamiento político de Jaime Guzmán, 2015, del filósofo, Renato Cristi). Otros, simplemente consideraron era un peligro para la transición y lo mataron a las puertas del Campus Oriente de la Pontificia Universidad Católica de Chile, tras salir de sus clases de Teoría Política y Derecho Constitucional, las cuales impartía como ayudante primero, luego como profesor desde 1962.

A pesar de los reconocimientos póstumos, su figura ha sido vilipendiada por la izquierda, pero no solo por ella. Se sabe de las críticas acérrimas de algunos personeros, antiguos aliados corporativistas, por su papel en la conformación del orden neoliberal durante el régimen militar. Se le sindica de “estudiante traidor”, que se habría convertido al credo liberal por sus constantes idas y venidas junto a los Chicago boys, renunciando al corporativismo español que tanto dijo defender en sus años de juventud. Famosa es su controversia en los pasillos de la universidad con su antiguo mentor, Osvaldo Lira, quien le habría espetado que “se habría pervertido”.

Nuevamente, los costos de la transversalidad provenientes de críticas injustas, teniendo en cuenta que al parecer Guzmán acepta los lineamientos liberales no por haberse convertido en uno acólito, sino por haberse convencido de los resultados del mismo sistema, al menos en sentido económico.

No por nada el artículo primero de la Constitución de 1980 sigue pregonando la buena nueva de la subsidiariedad, aunque no en los términos “positivos” que quisiera Daniel Mansuy, otro pensador que, sindicado de derecha, aparece actualmente decepcionado, también, de los términos guzmanianos tan preventivos sobre la acción estatal (Crf. Nos fuimos quedando en silencio, 2016)[5].

Incluso, defenderá una versión estilo “Economía Social de Mercado”, que no liberaliza todo bien o servicio, ni entrega todo a las manos de la oferta y la demanda. Jaime parece entender, en su contexto histórico determinado, la necesidad de postular una fórmula omnicomprensiva, aunque defienda sus posturas tenazmente en las sesiones de la comisión.

Muestra de ello es cómo explica y justifica una y otra vez, por diversos medios de prensa, revistas y televisión, el papel del régimen militar y del orden consagrado en la Constitución. Los siguientes episodios constitucionales, entre sus reformas de 1989 y 2005, así como los sucesivos plebiscitos de 2022 y 2023, parecen respaldar el ánimo transversal de Guzmán, plasmado en el orden constitucional resultante, el cual ha sido ratificado una y otra vez.

En conclusión, y sin tener la intención de extenderme mucho más, parece ser que, a pesar de las evidentes críticas al quehacer intelectual de Andrés Bello o Jaime Guzmán, el espíritu de transversalidad que ilustra sus vidas se muestra necesario en momentos de crisis política y moral. Siempre existirán los maximalismos o purismos teóricos que no descansan hasta que sus ideas, y solo ellas, se encuentren en la cima.

En contrario, son más bien los espíritus con altura, aquellos que entienden de qué se trataba la aserción nietzscheana ecce homo, los que son capaces de ver la necesaria amalgama ideológica que debe existir entre las diversas tradiciones intelectuales que le otorgan sentido a la cosmovisión con la cual la derecha necesita identificarse. Varios estamos trabajando en ello.

No sé siquiera si formaré parte de los albañiles de nuestra próxima Cathedrale Notre-Dame, pero espero ayudar en las extenuantes jornadas intelectuales que nos esperan. Alcanzar el poder, aunque necesario, qué duda cabe, no lo es todo. 


[1] Véase su obra Historia del derecho (2003).

[2] Una de las biografías más completas del venezolano-chileno se pueden encontrar en Andrés Bello: La pasión por el orden (2001) de Iván Jáksic.

[3] Quizá la obra más completa sobre la intimidad de Guzmán será la que escribió su hermana sobre él. Véase Mi hermano Jaime (1991) de Rosario Guzmán Errázuriz. Hay una versión digitalizada elaborada por la Fundación Jaime Guzmán, disponible en https://archivojaimeguzman.cl/uploads/r/archivo-jaime-guzman-e-3/e/c/3/ec3e1cadab07119ea945d6b69cb3f3edd5d5fdf4df9626665f8dcbff43640d88/Mi-hermano-Jaime.pdf

[4] Para analizar las discusiones, además de las actas de la comisión, se puede consultar los dos tomos de Derecho constitucional (1994) de los abogados Mario Verdugo, Emilio Pfeffer y Humberto Nogueira.

[5] Véase mi crítica al pensamiento de Mansuy en Girar a la derecha (2021).

William Tapia Chacana, filósofo, politólogo, profesor

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