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El tren del odio

El tren del odio

El siglo XX (1900-2000), el de los grandes avances científicos, tecnológicos y sociales tiene otra cara, a ratos olvidada, marcada por la crueldad y el horror de ideologías del mal, con una estela de sangre, tras paradigmas que prometieron un mundo nuevo con enemigos que fueron identificados y luego perseguidos. Tanto el nazismo como el comunismo marcaron a sus enemigos recurriendo a conspiraciones, persecuciones, racismos y odios.

Ambas ideologías, pusieron en marcha deportaciones masivas en vagones de crueldad máxima y repudiable. Realizaron traslados forzados en trenes de la muerte en condiciones irracionales, con total desprecio por la vida y dignidad del otro, conducidos a campos de concentración. Un método de convoy en común por nazis y comunistas que no debemos olvidar, genocidios planificados desde una supuesta superioridad moral. Es necesario recordar que el camino del odio parte con declaraciones, la estación previa.

El tren del odio tiene pasado y futuro. Nada asegura que no se repita nuevamente.

En el presente, en pleno 2024 “el antisemitismo mata a judíos literalmente, pero también mata, de a poco, a la sociedad. Es necesario, por lo tanto, identificarlo y oponerse de un modo activo, emanciparse de él”.

La frase anterior corresponde a Cecilia Denot, especialista en antisemitismo, una trasandina que señala que el concepto no carga sólo con ribetes históricos, hay prejuicios y estereotipos actualizados, de alguna forma siempre se culpa a los judíos “de todos los males del mundo”, con discursos de odio que se propagan fácil y raudamente, paradojas alejadas del pensamiento crítico, por ejemplo, los ataques verbales y físicos que sufren los judíos por el mundo, éstos no son considerados ataques a “una minoría”, ya que intencionalmente circulan interpretaciones en las cuales el mundo judío es asociado a opresión, poder y conspiraciones, tergiversando así los hechos, es decir, el “atacante oprimido” decidió actuar sobre el opresor, una especie liberación, justificación  y legitimidad de la violencia.

Es indesmentible que existe en las redes sociales, universidades y lideres de opinión una mirada sesgada cargada de antisemitismo y una demonización hacia el Estado de Israel, con un riesgo evidente y mortal, se ha instalado una justificación moral de reaccionar ante el dominio de los opresores (judíos); varios grupos irracionales, a nivel local y mundial, solidarizan con el terrorismo de Hamás y Hezbolá. Olvidando que, si defiendes el terrorismo, venga de donde venga, sin saberlo estás poniendo en riesgo el mundo libre y democrático desde la comodidad de las marchas y redes sociales.

Una comodidad que encubre un antisemitismo evidente, un discurso de odio vigente que el progresismo y la cultura woke no denuncian. Para ellos, sus enemigos no son oprimidos, son los responsables del sufrimiento de otros pueblos (Gaza). Hoy, lo sufren cientos de chilenos radicados en Israel, día a día suenan las alarmas ante los bombardeos constantes del “terrorismo oprimido” que se desquita lanzando cohetes a mansalva. Chilenos en Israel que siguen sin embajador, una decisión incomprensible del frenteamplismo. El tren del odio sigue en marcha.

Lo vimos recientemente en otra estación europea, en Ámsterdam. Días atrás, hinchas del Maccabi fueron perseguidos y atacados con ensañamiento, algo más allá del fútbol o la pasión desbordada de “hinchas o barras bravas”. El propio primer ministro calificó lo sucedido de “ataques antisemitas” en sus calles. Hechos condenables que rememoraron mediante un flashback los “pogromos del siglo XX”.

No seamos ciegos ni ingenuos, existe una Europa fundamentalista, el caballo de Troya islámico está poniendo en jaque a Occidente y la convivencia democrática. En otra estación, décadas atrás, lo sufrieron los argentinos con dos atentados; el año 1992, un acto terrorista en la embajada de Israel, y el año 1994 con un coche bomba en la AMIA. El tren del odio mató y mata judíos.

En Chile, hay militantes que cuestionan hasta las donaciones de la comunidad judía en una jornada solidaria, lo hacen a través de un micrófono con resentimiento e ignorancia, opinan de “la platita ajena”, algo muy común del progresismo que expropia y mira con desdén los logros de los otros.

El tren del odio actual tiene distintas rutas y estaciones, no pocos están dispuestos a justificar nuevas censuras y persecuciones, no podemos ser cómplices del avance del odio, el antisemitismo es real y tolerarlo es un retroceso civilizatorio en Chile y el mundo. Este tren ya lo sufrimos durante el siglo pasado con vagones de la muerte y sobrevivientes del odio.

Rodrigo Ojeda

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