La hoz y el martillo, esa fusión sangrienta, tiene un pasado de horrores que algunos omiten
El Partido Comunista (PC) con sustentos teóricos en Marx y Lenin, defiende en la actualidad a dictaduras en nombre del “proletariado universal” y de la “clase trabajadora”. Declara su solidaridad con los pueblos y sus aliados de escazas (nulas) credenciales democráticas: Gaza (Hamás), Siria (Bashar “el carnicero”) y Venezuela (Maduro), a modo de ejemplos recientes. Lo anterior, sin dejar de culpar al imperialismo, capitalismo y a Israel.
No dejan nada al azar, no esconden su odiosidad y lucha de clases eterna.
En el plano local, su motor es “un nuevo proyecto de desarrollo para Chile” y la “superación del capitalismo”, ya lo vimos en lo que ellos llaman “la revuelta popular” y en el primer ensayo y despilfarro constitucional. Su objetivo es “avanzar en las transformaciones” pendientes y distribuir “la riqueza” sea como sea, con los pies en la calle, con presión social o bajo el eufemismo de “movilización social”. El mantra se mantiene: “la explotación del hombre por el hombre” continúa y el PC tiene las llaves del paraíso socialista. El muro de Berlín y de la división sigue vigente en los jerarcas comunistas.
La hoz y el martillo, esa fusión sangrienta, tiene un pasado de horrores que algunos omiten.
El comunismo es un discurso de odio que no merece “un alto al fuego” al denunciar y condenarlo. Una “ideología del mal” que remeció el siglo XX en todas las dimensiones del ser humano con “una soga al cuello”, persecuciones, torturas, deportaciones y exterminios.
Acabaron con la libertad más allá de lo conceptual, fueron los jueces entre lo bueno y lo malo, incluso negando la concepción de la “naturaleza humana”, reemplazado por un paradigma materialista y de confrontación que no considera la misericordia ni lo trascendente.
Un sobreviviente polaco de “la invasión ideológica y de la propaganda política”, experimentó directamente “el mal”. Su país fue prisionero del comunismo con una policía secreta, con sacerdotes encarcelados, con censuras y verdades oficiales. Todo un régimen sostenido desde el miedo y los fusiles. Polonia y otros lugares del mundo sufrieron el comunismo. A ratos el propio pueblo padeció la ausencia de un “alto al fuego”. El papa y santo Juan Pablo II perdonó todo lo sucedido ante un mal prolongado que no pudo con el bien.
Un líder espiritual que sufrió y se opuso al comunismo mortífero del siglo pasado, un faro para el presente.
En Chile, el comunismo local marcó la agenda noticiosa con “asesorías” de pocas hojas y bien pagadas (lucro), un comunicado irrisorio sobre Siria y su obstinado llamado a copar las calles en favor de las reformas oficialistas. Son los dueños de la calle y las movilizaciones no son ni fueron espontáneas, el PC es un grupo de presión con agenda propia, que realizó “un pacto bueno” con el entonces candidato Boric, pero a ratos se siente incómodo y rememora “la revuelta popular”, ya que sostienen las demandas “siguen vigentes” y es “un ciclo que no ha terminado”.
Estamos advertidos, nos demostraron que ya no necesitan del todo a los obreros de las fábricas e industrias, ahora cuentan con “expresiones artísticas, identitarias, de la diversidad sexual, de movimientos sociales y regionalistas, de pueblos originarios… y el movimiento feminista”. La lucha de clases se amplió y el “alto al fuego” es sólo un receso táctico, una pausa, un respiro a lo callejero y a las libertades.
Un trovador sin filtro (Pablo Herrera), ha decidido hablarnos desde el sentido común, desde sus experiencias y los recorridos por Chile. Ha sido claro en señalar los problemas de la sociedad actual y sus temores.
Más allá de sus letras y sus acordes, nos dice que la libertad y seguridad están en riesgo, la delincuencia desatada es una “soga al cuello” que asfixia a los ciudadanos junto a la desesperanza que declara en los distintos paneles en los cuales es invitado, ya que las soluciones tardan en llegar y la desconexión política es evidente.
El cantante expresa lo que ve y siente, generando anticuerpos, es poco común que un artista se desmarque del monopolio cultural de la izquierda, de esos jueces que diagnostican desde una moral superior y distraída. Cuyas fanaticadas se encargan de las funas y cancelaciones del enemigo.
Pablo Herrera ha entendido todo, no es primera vez que enrostra a representantes del comunismo sus inconsistencias y su capacidad de destrucción (histórica y reciente). Una ideología con un pasado de horrores y un presente de antagonismos que “acaba con mi libertad” y no merece un “alto al fuego”.
Rodrigo Ojeda – Profesor de Historia