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Desconexión total: El desprecio de la derecha con su electorado

La derecha no necesita más liderazgos que eviten problemas; necesita una visión que los enfrente y los solucione

Desconexión total

La derecha chilena parece caminar a ciegas hacia un abismo político que ella misma ha cavado. Mientras el gobierno impulsa proyectos polémicos que afectan a los chilenos en temas como infraestructura, inmigración y seguridad, el sector que debería erigirse como alternativa fuerte y coherente se pierde en conflictos internos, cálculos electorales a corto plazo y un pragmatismo estéril que solo alimenta el desencanto ciudadano.

En medio de una crisis política marcada por la corrupción, una economía estancada y problemas internacionales como la posible pérdida de la Visa Waiver con Estados Unidos, la derecha sigue atrapada en sus propias contradicciones. En vez de ofrecer una respuesta unificada y firme frente a la reforma de pensiones que está en discusión, opta por dividirse y negociar en términos que traicionan su discurso histórico. La incapacidad de articular una posición clara sobre temas esenciales, como el destino de los seis puntos adicionales de cotización, refleja no solo su desconexión con las demandas ciudadanas, sino también su temor a enfrentar debates incómodos.

La figura de Evelyn Matthei, considerada por muchos como la candidata inevitable para 2025, simboliza tanto la esperanza como la parálisis de este sector. Si bien las encuestas la favorecen, su estrategia de silencio calculado frente a las divisiones internas y su enfoque en el “proyecto personal” de candidatura muestran una falta de liderazgo que puede costarle caro al sector.

La derecha no necesita más liderazgos que eviten problemas; necesita una visión que los enfrente y los solucione.

Mientras tanto, los partidos políticos que conforman la derecha muestran su peor cara. Evópoli se desangra en disputas internas que lo acercan cada vez más a la irrelevancia; la UDI, con prácticas que recuerdan a regímenes autoritarios, premia a figuras derrotadas como Pepa Hoffmann y es incapaz de resolver sus divisiones; RN aparenta orden, pero con figuras como los Ossandón, cede terreno al gobierno en cada negociación importante.

En este desolador panorama, incluso el Partido Republicano, que se vende como la “verdadera derecha”, parece más interesado en eslóganes y en mantener su pureza ideológica que en construir una alternativa realista y unificada. Su rechazo a las primarias internas para definir una candidatura presidencial muestra una falta de disposición para unir al sector en un proyecto común.

La derecha chilena, que hace poco más de dos años tenía una oportunidad real de ser gobierno, parece ahora enfocada únicamente en repartirse cargos, obtener atención mediática y asegurar cuotas de poder. Esta miopía política, marcada por el narcisismo y el cortoplacismo, está hipotecando no solo la posibilidad de una victoria presidencial, sino también la confianza de quienes buscan en ella una alternativa al caos que representa el actual gobierno.

El sector está a tiempo de corregir su rumbo, pero para hacerlo necesita abandonar su obsesión por el consenso que solo ha traído mediocridad y retroceso. Es hora de volver a las raíces, de recuperar las banderas del crecimiento económico, la inversión, el orden público y la reducción del gasto fiscal. Dejar de lado las políticas tibias y las negociaciones inútiles que traicionan a su base.

La derecha necesita recordar que su fuerza proviene de las ideas claras, no de los acuerdos vacíos.

Si no rectifican, el próximo periodo presidencial será otro capítulo de su autodestrucción. Peor aún, será una oportunidad perdida para devolver a Chile el progreso y la estabilidad que tanto necesita.

Ricardo Delgado Gaete

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