Queda claro que nuestra clase política no entiende mucho de instituciones.
Desde temprano, se ha instalado la lógica de que atacar al gobierno de turno, enrostrarle sus errores y desaciertos, o denunciar los atropellos que cometen el presidente y/o sus personeros es sumar, aparentemente, inestabilidad al país.
Prefieren que las autoridades sigan en sus puestos, más allá de cualquier duda razonable, en vez de procurar la probidad del sistema, pues, exigirlo, vendría a desestabilizar al Gobierno. Sin embargo, el problema de esta clase política es que tiene atrofiada la brújula estimativa.
Definía en su momento el filósofo español Ortega y Gasset que los seres humanos tenemos, al igual que la capacidad de inteligir el mundo, de estimarlo, valorarlo. En ese sentido, la estimación valórica vendría acompañada de la revelación del valor de las cosas que aparecen en el mundo, no pudiendo uno, por mero capricho o conveniencia, cambiar esa estimación. Es decir, las cosas no valen porque así lo determinamos, sino porque así son e impulsan o interpelan a esa estimación.
De este modo, nuestra clase política tiene esa capacidad atrofiada, pues no entienden que lo realmente importante no es el presidente, sino la presidencia. A mayor abundamiento, no es la persona, sino la institución lo que vale. Por eso, hacerle ver sus errores al gobierno y acusar constitucionalmente a sus personeros no desestabiliza, sino que protege a las instituciones y les otorga mayor estabilidad al resguardarla de quienes se aprovechan de ellas para réditos propios. Una brújula estimativa ajustada debiese llevarlos a esa conclusión, sin duda alguna. Por ello, la preferencia por no acusar o importunar al Gobierno con los justos reclamos solo puede deberse a un desajuste estimativo o a que no saben nada de instituciones. Claramente.
