En mis años de enseñanza, se aprenden cosas. Es simplemente cuestión de observar y hacer los análisis debidos. Cada vez más me convenzo de que la generación Z de verdad no sirve para nada y, si llevamos el asunto a sus ramificaciones políticas, la cosa se pone peor, aunque con ciertos matices: si los jóvenes son de derecha, es cuestión de costumbre o hábito, a lo más por la sospecha que, de no seguir los dictados familiares, serán desheredados. Si los adolescentes son de izquierda, a veces lo son por simplemente llevar la contraria a sus padres, o porque las adherencias políticas de sus ascendientes son reconocidas como vínculos fuertemente sentimentales que se encubren en supuestas razones profundas. Existen contadas excepciones, por supuesto, pero sin temor a equivocarme, podríamos esbozar un cuadro terrible: los infantes de derecha lo son sin razones profundas (la anorexia cultural de la que nos habla Axel Kaiser), y los de izquierda lo son por capricho o sentimentalismo. Esperemos que las próximas generaciones, políticamente hablando, den más de sí.